SOLEMNE.
PROCESOS SOCIALES II: CHILE.
Si nos
situamos a comienzos de la independencia de nuestro país, un proceso que empezó
gestando la noción de “República”, es decir, un “proyecto republicano”. Nos daremos
cuenta que trajo consigo un largo `proceso, en el que una de las principales
características fue un cambio en las ideas de la nación por completo. Para
realizar este cambio, se necesitaba que toda la nación estuviese acorde con
esta nueva noción de independizarse y crear un Estado republicano, se buscaba
que los ciudadanos pudiesen sentir la noción de independencia de la que tanto
se hablaba e identificarse como chilenos. Justamente aquí es cuando la
educación comienza a tomar un rol fundamental en la formación de personas. Lo
que pronto nos llevará a conocer la nueva organización social que se va dando.
O las jerarquías internas de la nación. Además del rol que cumplían las clases
dentro de la sociedad. Sin dejar de lado las nuevas características de los
ciudadanos chilenos, en junto al surgimiento de la clase media. Es por esto, que este ensayo pretende analizar
de qué manera, gracias al “proyecto republicano” y la educación enfocada a un
“nuevo modelo de ciudadano”, posibilitaron una nueva organización política,
social y territorial luego del proceso de independencia.
Cabe destacar,
que gracias a las juntas de gobierno, se fueron constituyendo las primeras
ideas de independencia, en las cuales no se instauraba en un principio, como ya
hemos mencionado, estas juntas comenzaron con una lealtad hacia el rey y con
principios de gobernar y legislar sin pasar a llevar sus preceptos ni
creencias. No obstante, las ideas independentistas surgían con el tiempo, en
donde eran claves las ideas republicanas y se buscaba un gobierno con igualdad
de derechos en autonomía como España.
Esto se puede sustentar y apreciar con la siguiente cita en el texto de
Jocelyn-Holt: “Con el establecimiento de una junta de gobierno y posteriormente
al convocarse a un Congreso, la discusión política, gira cada vez más, dentro
de parámetros republicanos. Se hace hincapié en la necesidad de instituir un
<<gobierno representativo>>, pluripersonal, no despótico, fundado
en el principio de igualdad frente a España”[1]. Es
decir, existía la posibilidad y el deseo de formar una nación con líderes
representativos y leyes propias que permitieran la autogobernar la nación.
Sin embargo,
el proceso de independencia duró un largo tiempo, y sus representantes
principales, quienes llevaban a cabo e iban mando de este proceso pertenecían a
las clases altas, en otras palabras, provenían de la elite. Pero esto no
significó que las clases bajas quedaran marginadas de este proceso. Cabe
destacar, que existía una notoria diferencia entre la elite y las clases menos
beneficiadas económicamente, pero estas eran claves al momento de la guerra,
las batallas que se generaban no siempre eran planeadas y de una preparación
fríamente calculada, muchas veces debían surgir “tropas improvisadas” en donde
diferentes entidades de la población
eran partícipes. Es aquí cuando comienza a desarrollarse una división social
más fuerte. Pero fue más que nada la guerra y el sentimiento de “proteger a la
patria” lo que permitió la participación de las “clases más bajas”. Así se puede
argumentar en la siguiente cita del texto de
Julio Pinto: “la circunstancia misma de la guerra dio a la vertiente
social de ese proyecto, y específicamente a su convocatoria del “bajo pueblo”,
una urgencia imposible de disimular. Obligados a improvisar ejércitos
prácticamente a partir de la nada, los líderes patriotas tuvieron que
sobreponerse a prejuicios jerárquicos profundamente arraigados, y persuadir a
quienes acostumbraban a clasificar a la población en seres superiores e
inferiores, de que unos y otros, patricios y plebeyos, estaban unidos por lazos
identitarios mucho más fuertes que los abismos sociales que evidentemente los
separaban. Fue “la Patria ”,
como se ha argumentado, la entidad invocada para cumplir esa función, y fue en
torno a ella que se elaboraron los símbolos que debían conducir a soldados y
oficiales al sacrificio máximo”. [2]Como bien
argumenta la cita, en torno a la patria debía consagrarse el sentimiento de
pertenecer a ella. Además es por esto, que una vez obtenida la independencia en
1818, la “insurgencia patriótica” se convirtió en un proyecto de construcción
nacional y es por esto que surgen símbolos con los cuales prontamente el pueblo
se sentiría identificado. Pero, ¿de dónde surgía el concepto de símbolos
patrios?, ¿cómo la gente se informaba y recibía instrucciones de cómo
comportarse acorde con este sentimiento patriótico? Y ¿cual era el verdadero
perfil de un ciudadano identificado con su nación? Todas estas interrogantes
pueden responderse mediante un factor muy importante que surgió de una manera
muy fuerte e influyente: La educación. Y junto con ella “La escuela”. Una
institución que se encargaba de instruir y de centrase en los niños como “foco
de instrucción”. La educación se dio más que nada la tarea de moldear a los niños
con un modelo a seguir, el de un “buen ciudadano”, en donde el niño pudiera
aprender a comportarse como el “nuevo chileno” que deseaba implantar la nación.
Este surgimiento de la escuela, se instauró por las entidades que llevaron a
cabo el proceso de independencia, de parte de ellos, se necesitaba una nueva
instrucción para el pueblo que resaltara los valores de un buen ciudadano pero
siempre con el objetivo de alcanzar una noción de “civilización”, al tener como
referencia los países y naciones Europeas. Esto se puede apreciar y sustentar
con una cita del texto de Egaña y Monsalve: “Dentro del ideario de quienes
efectuaron el proceso de independencia estuvo presente la necesidad de otorgar instrucción
al pueblo, como una forma concreta de superar las condiciones herederas del
régimen colonial, pero también con el ambicioso propósito de difundir la razón
científica y expandir la cultura, con el objetivo de alcanzar rápidamente los
niveles de civilización y bienestar económico que ostentaban las naciones más
adelantadas de la época, como lo eran Inglaterra y Estados Unidos”[3]. Se
puede apreciar claramente en la cita como los líderes independentistas se
sentían con la tarea imperativa de organizar una instrucción para el pueblo,
para lograr obtener una civilización referente a las naciones más adelantadas,
como también debía estar acorde con los principios republicanos que se dieran
en adelante, a como diera lugar.
Una de las
primeras tareas de la escuela era instruir de manera profunda a los niños de
clases más bajas, se consideraba como una parte de la sociedad bastante
marginada y desigual, observada desde la elite, un factor importante para
instruir a los niños fue corregir su postura y elementos físicos, como la
vestimenta. Por ejemplo; el traje. Como muy bien afirma el texto de Egaña y
Monsalve, correspondía a la expresión de diferenciación social y cultural más
evidente y clara. Pues, un niño que usaba un poncho y un sombrero de paja era
distinguid inmediatamente como un campesino. En cambio un niño con un traje
distinguidamente de la elite, era bien visto. ¿Por qué? Porque se asemejaba a
la noción civilizada, un ejemplo que se usa en el texto es el ejemplo referente
de Estados Unidos. En estados unidos no ocupaban ponchos ni sombrero de paja,
porque allá todos visten igualmente civilizados y la diferencia social y
cultural no era tan amplia como en la nación chilena.
Durante el
proyecto republicano post-independentista, existió un proceso que hace que la
mujer pase a segundo plano, a pesar de su historial, el cual la había llevado a
una situación en que no cesaba de marginarla. Todo comenzó con un debate entre
seguir los principios de un estado católico y un estado laico. Pues, la iglesia
declaró en distintas ocasiones que la mujer no estaba preparada para asumir en
las mismas responsabilidades que los hombres. Dado esto surgió en los
ciudadanos las siguientes interrogantes: ¿Queremos que la Iglesia sea fuente de
nuestro pensamiento, dueña de nuestra autonomía y filosofía? ¿O deseamos una
moral laica que nos instruya a cómo actuar y pensar? Estas interrogantes
llevaron a una serie de debates, sin embargo, estas no permitieron por completo
un cuestionamiento al cristianismo, sino la relación que pudiera mantener la Iglesia , con la moral y
filosofía de la gente. Así muy bien lo sustenta y evidencia la siguiente cita
del texto de Stuven: “la discusión sobre la educación femenina se encuentra
inserta en un contexto donde lo que se está en cuestión es la oposición de la Iglesia a la autonomía del
pensamiento respecto de la religión, y la filosofía como fuente inspiradora de
una moral laica y secularizante. Al mismo tiempo, las discusiones también
permiten constatar que desde un comienzo las luchas secularizadoras se dieron
al interior de una sociedad que no ponía en duda el cristianismo, sino con su
relación con la filosofía y la moral. En el eje de estos debates, la mujer
aparece en un segundo plano, y sólo en su función de transmisora de valores[4]”. La
mujer, a medida que avanzaban los años y su proceso de inclusión fue
adquiriendo más peso, logró definitivamente la aceptación de la Iglesia y por lo tanto su
inclusión en muchos derechos que en un principio, sólo era para hombres.
Siguiendo con
la educación de la época, los niños debían adoptar ciertos valores en la
escuela, valores que se les enseñaban para poder crecer moldeado como un “buen
ciudadano”, como por ejemplo, la forman en la que se trataban con sus pares,
además de presentarse correctamente, (asearse, vestirse uniformemente y hablar
de manera correcta) el lenguaje que se utilizaba para dirigirse, debía ser formal,
sin insultos ni sobrenombres. Este elemento se encuentra muy bien explicado en
el texto, como también la “vida privada en la escuela”, correspondía a los
sucesos que el niño “arrastraba”, los hechos del accionar propio del niño que
debía corregir, muchas veces por sobre el predominio público (lo que enseñaba
la escuela) y preguntarse así que aspectos de su vida privada debía cambiar
para obtener las mejores costumbres y que se adhirieran a su actuar para poder
ser aceptado pública y socialmente, otro aspecto importante mencionado en el
texto.
Es así como la
educación comienza a hacerse cargo de una forma muy rigurosa, clara y profunda
en los niños de las nuevas generaciones. Se implantaba, desde pequeños una
forma de comportarse que se asemejara a las conductas civilizadas europeas
(principalmente) para así formar y moldear una nación con “buenas costumbres”, se
buscaba que el ciudadano post independentista, de a poco fuera adquiriendo la
noción de lo que debía hacer y lo que no, lo que era mal visto y lo que no. Un
ejemplo muy claro era el “hombre borracho”, el “hombre vago”, el que no
trabajaba y no había ido a la escuela. Estos conceptos surgen cuando se crea la
ciudadanía en la nación y se edifica un perfil de este mismo. El ser ciudadano
correspondía a estar casado y ser católico, nuevamente nos encontramos con
principios de referencia europea, este era un ideal “virtuoso” de seguir. Pero
inevitablemente, se edificaba un perfil de “mal ciudadano”, por ejemplo en las
típicas fiestas “chinganas”, el hombre que asistía generalmente se emborrachaba
y realizaba prácticas inadecuadas. Estos, por lo general correspondían a
personas del bajo pueblo, por lo que eran discriminados y se les excluía de
muchas actividades, de las cuales la elite si era partícipe. Es más, eran los
responsables actores políticos de la sociedad, cuando se trataba de tomar
decisiones por el país, era la clase alta la que tomaba las riendas de este
proceso. Ellos recibían una formación muy diferente e instrucciones mucho más
ligadas al “buen ciudadano” que los del “bajo pueblo”.
Es por esta razón, que muchas veces los niños
de las clases más bajas, al asistir a la escuela mostraban un desinterés por la
educación y formación que recibían, ya que o estaban acostumbrados y no les
calzaba con su principios de parte de la familia a la que pertenecían.
A medida que
se iba forjando cada vez más la separación entre la clase alta con sus “buenas
costumbres” y los sectores bajos con sus “malos modales”. Cada vez se formaba
más el estereotipo que se tenían unos con otros. Sobre todo el concepto que
surgió para referirse a gente con malas costumbres y modales, (principalmente
refiriéndose a la clase baja) esto es el concepto de “roto” e” indecente”. Todo aquel que no siguiera las buenas costumbres y
no se incorporara a participar de las ideas ilustradas (Rosseau y su teoría del
“buen salvaje”, por ejemplo) y positivistas que se había instaurado para el
proyecto “progresista de la nación”, correspondía a una persona fuera de lugar
y podía ser catalogado como una persona “rota”, con el fin de ser marginado.
Por lo que las diferencias entre “roto” y” decente” no eran pocas, sino
abundantes y diversas. Así lo muestra y lo puede sustentar la siguiente cita de
Romero: “Las diferencias, profundas; casi insuperables y recíprocamente
aceptadas, se establecían según criterios en los que, tanto como la fortuna,
pesaban el linaje, la educación, las formas de vida. Ciertamente, ambos
sectores no eran homogéneos”. [5] Cabe
destacar, que la elite de la época, veía a todos los demás como seres
inferiores, a los cuales “había que guiar” e inducirlos por un camino
civilizado, con el cual ya no serán personas “bárbaras”. Desde este punto de
vista, un “bárbaro”, no puede avanzar social ni económicamente, por lo que se
debe instruir y así llegara a ser ciudadano de manera correcta. Con respecto a
estos “bárbaros”, es importante dejar en claro que hasta ese entonces, la concepción
que se tenía de estos individuos no era sólo de habitantes con “malas
costumbres” o gente de los sectores bajos. Según el perfil de “bárbaro”, hay un
grupo muy importante que cumple con la mayoría de las características de este
concepto: los Mapuches. Pues, este pueblo originario chileno, se encargó de ser
una gran resistencia territorial. Además de la que sostenían en los hábitos y
costumbres generales de su origen, ya que lo que sucedió con la mayoría de los
pueblos indígenas del país, fue su extinción o mestizaje centralizado en un
enfoque de imposición de idioma, cultura y forma de vida. Sin embargo, este
pueblo indígena se mostró firma desde un principio, lo que era un “problema”
que veía amenazada la regularidad del proyecto de la nueva inducción
civilizadora social.
Para la elite,
el Mapuche no era más que una raza incivilizada, de un carácter negativo para
la sociedad, de una naturaleza perezosa, sobre todo por no integrarse a la
actividad económica positivamente imperante, la cual correspondía a la
agricultura, sino que ellos realizaban otro tipo de actividad; la ganadería,
por ejemplo. Esta era una raza “extraña”, ya que para ellos la tierra era
“sagrada”, además de que la propiedad privada, no valía nada. Algo que a la
elite no le convencía ni congeniaba. Estos individuos eran totalmente
contrarios al proyecto del “buen ciudadano”. Un Mapuche era “negativo” porque
no aceptaba la civilización del ciudadano chileno. Así
lo demuestra y sustenta la siguiente cita del texto del autor Casanueva: “la
prueba histórica de dicha resistencia, al comentar el fracaso del régimen
colonial en civilizar a los indígenas libres y “rebeldes”: “por más que se
intentasen diversos arbitrios para reducirlos a otro orden de vida, fue forzoso
reconocer que era igualmente imposible atraerlos por los halagos o por el
terror”. [6]
Es prudente,
ahora mismo, adentrarnos a lo que fue sucediendo con respecto a la formación de
las clases, debido a esta instrucción del “buen ciudadano”. Si bien, existía
una parte de la población que no seguía este modelo, particularmente gente de
clase baja, había un porcentaje importante de gente que buscaba surgir
(mediante la educación y los medios que fuesen) para llegar a tener una vida
cómoda y “digna”. Sin embargo, esta
ración de gente, no poseía una gran suma de dinero, ni correspondía a la
nobleza. No obstante, no se comportaba como un ignorante o mejor dicho como un
“roto” de “malos modales”. Aspiraba a la máxima expresión de educación y se
comportaba con la intención de llegar a ser de clase alta. Esta clase no
pertenecía a la nobleza ni a los sectores bajos, una clase que cada vez se
acrecentaba más, gracias a los medios
educativos e instructivos de la sociedad junto con el modelo de la nobleza
instaurado como un ejemplo a seguir. En síntesis, nos referimos a la “clase
media”. Esta surge por muchos factores; como la educación, la especialización
del trabajo que ya no correspondía sólo a la elite, sino también a los obreros,
los cuales de alguna forma tenían posibilidades de surgir económicamente. La
clase media era en otras palabras, “el triunfo de un proyecto”. Este, pretendía
desde un principio instruir a los ciudadanos a una forma de vida menos
ignorante, más educada, con buenos modales y en síntesis: civilizada. Es aquí,
donde la elite, se convierte en un referente aspiracional para este sector
social, del cual comienzan a formarse barrios y sectores para este tipo de
gente, al igual que temas y conversaciones diferentes. Sin lugar a dudas, los
sectores medios, generan una imagen distinta a la que hasta ese entonces se
había instaurado en la sociedad. Esto,
se puede argumentar con la siguiente cita de Candina: “ya
en la década de 1940, esa imagen de grupos medios como personas dedicadas a
educarse y a vivir de manera más confortable y refinada, cada año de sus vidas,
y evidentemente más cercanas a la modernización urbana que a las tradiciones
rurales”. [7]
Es importante mencionar a la clase media, como
un elemento clave para un enfoque
“marginador” y “arribista” que toma nuestra sociedad con el paso de los
años, ya que al aspirar a ser de una mejor situación (sin necesidad de tener
los recursos para tenerla), no se tiene una real consciencia de lo que implica
ser de una buena situación, algo que lleva a “creerse más de lo que uno es”. En
otras palabras, el individuo de sectores medios se encargará de aparentar o
hacer lo posible para tener una situación como la tiene la elite, dado que
estos ciudadanos, se caracterizaban por tomar ciertos perfiles en la sociedad
que eran relativamente “buenos” pero no lograban tener la autoridad máxima,
como si lo tenía la elite.. Esto, también implica el asumir a “otros” como
inferiores, tal como lo realizaban las clases altas, pero con la diferencia de
la notoria imponencia superior que se buscaba. Así mismo se puede apreciar como
argumento la siguiente cita de Contardo: “Se trata de una estrategia de
escalamiento, la del sujeto que pretende arribar imitando los códigos que cree
lo acercarían al plano de aquellos a quienes quiere imitar o, en el más
ambicioso de los casos, lo harían parte del grupo al que sueña pertenecer”. [8] Este
tipo de ciudadano comenzaba a tener un carácter “arribista” y “siútico”, un
enfoque marginador por sobre otros individuos y a la vez, en base a las
apariencias que este pueda crear para demostrar su supuesta “superioridad”. Es
por esto que gracias a este suceso y su progreso en la historia, nos fuimos
convirtiendo en un país con un carácter notoriamente siútico, en donde un
porcentaje predominante se considera de “clase media”, cuando en realidad no lo
es. Además de creernos “superiores” a costa de otros, muchas veces con la
necesidad de descalificar a más personas tratándolas de “otros” sin asumirlas
como pares. Esto es algo que como país, lo hemos hecho perdurar a pesar de los
años. Es más, Chile desde un principio, acostumbraba a mostrar superioridad
incluso ante otros países. Un ejemplo es el carácter que tuvo con Perú en la
guerra del pacífico. Esto se puede sustentar y argumentar con la siguiente cita
del texto de Carmen McEvoy: “La superioridad de nuestro pueblo sobre el peruano
es cuestión de raza y viene desde muy atrás”. [9]Esta cita
corresponde a un testimonio de parte de Chilenos, refiriéndose a una de las
razones del porqué Chile triunfó sobre el país peruano. Es aquí donde la raza
también toma un papel importante. Estamos en un país que desde un principio
buscó destacar la inferioridad de otros hacia su “grandeza”, y una de estas era
la supuesta “raza” que poseían por sobre países prácticamente vecinos.
En síntesis, podríamos
referirnos a los acontecimientos y conjunto de hechos que llevaron a cabo el
modelo del buen ciudadano, como los mayores impulsores del surgimiento del
proyecto de un Estado Republicano. En teoría este proyecto abarcó un gran
período de tiempo. Pero sí es posible asemejarlo y situarlo a hechos y
características, entre las cuales las principales fueron los impulsos (de parte
de los independentistas) con alusión a la instrucción y educadores de la época,
sin estos el proyecto republicano no habría podido surgir. También fueron
muchos los sucesos que marcaron hitos en la construcción de los “nuevos
ciudadanos”, como también fueron muchos los acontecimientos que permitieron el
desarrollo del país. Pero por sobre todo, no nos debemos olvidar, toda la
repercusión que trajo la ordenación según clases que este nuevo proyecto
desarrolló. Gracias a la formación de la clase media, surgió una nueva forma de
vida en las clases sociales, había cada vez más alternativas para poder forjar
una vida confortable. Sin lugar a dudas estas políticas marcaron profundamente
al país. Sin embargo, no todas las consecuencias de este nuevo orden social son
sin lugar a dudas “positivas”. No debemos descuidar el creciente “arribismo”
que provocó el surgimiento de la clase media y el sentimiento predominante de
superioridad en nuestro país. Un fenómeno que existe y lo mantienen vigente un
importante porcentaje de personas en la actualidad.
Bibliografía:
1.
Alfredo
Jocelyn-Holt, La independencia de Chile.
Tradición, modernización y mito (Santiago: Planeta/Ariel, 2001), cap. VII:
“El orden republicano”, pp. 197-242
2.
Julio
Pinto y Verónica Valdivia, ¿Chilenos
todos? La construcción social de la nación (1810-1840) (Santiago: LOM,
2009), cap. IV: “¿Ciudadanía o cooptación? Los primeros años de vida
independiente”, pp. 159-205.
3.
María
Loreto Egaña y Mario Monsalve, “Civilizar y moralizar en la escuela primaria
popular”, en Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri, eds., Historia de la vida privada en Chile, tomo II: El Chile moderno. De 1840 a 1925 (Santiago: Taurus, 2006), pp. 119-137.1.
4.
Ana
María Stuven, “La educación de la mujer y su acceso a la universidad: un
desafío republicano”, en Ana María Stuven y Joaquín Fermandois (eds.), Historia de las Mujeres en Chile, tomo I
(Santiago: Taurus, 2011), pp. 335-373.
5.
Carmen
Mc Evoy, "Civilización, masculinidad y superioridad racial: una
aproximación al discurso republicano chileno durante la Guerra del
Pacífico", Revista de Sociologia e
Política, Vol. 20, N° 42, pp. 73-92.
6.
Fernando
Casanueva, “Indios malos en tierras buenas. Visión y concepción del mapuche
según las elites chilenas del siglo XIX”, en Jorge Pinto Rodríguez, ed., Modernización, inmigración y mundo indígena.
Chile y la Araucanía en el siglo XIX (Temuco: Ediciones Universidad de la
Frontera, 1998), pp. 55-129.
- Azun Candina, Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en
el siglo XX chileno (Santiago: Esfera de Papel, 2009), pp. 13-48.
- Luis Alberto Romero, ¿Qué hacer con los pobres? Elite y
sectores populares en Santiago de Chile, 1840-1895 (Buenos Aires: Sudamericana,
1997), cap. "Gente rota y gente decente"
- Óscar Contardo, Siútico: arribismo, abajismo y vida social en Chile (Santiago:
Vergara, 2009); caps. "Extraños en el salón”.
[1]Jocelyn-Holt,
Alfredo. La independencia de Chile.
Tradición, modernización y mito, p. 201.
[2]
Pinto, Julio y Valdivia, Verónica. “¿Ciudadanía
o cooptación? Los primeros años de vida independiente”, p. 159-160.
[3]
Egaña, María Loreto y Monsalve, Mario.
“Civilizar y moralizar en la escuela primaria popular”, p. 120.
[4]
Stuven, Ana María. “La educación de
la mujer y su acceso a la universidad: un desafío republicano”, p.
351-352.
[5]
Romero, Luis.” ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en
Santiago de Chile”, p. 49.
[6]
Casanueva, Fernando. “Indios malos en tierras buenas. Visión y concepción del
mapuche según las elites chilenas del siglo XIX”, p. 74.
[7]Candina,
Anzun. “Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en el
siglo XX chileno”, P. 37.
[8]
Contardo, Oscar. “Siútico: arribismo, abajismo y vida social en Chile”, p. 23.
[9]
Mc Evoy, Carmen. "Civilización, masculinidad y superioridad racial: una
aproximación al discurso republicano chileno durante la Guerra del Pacífico”,
p. 73.
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