domingo, 13 de marzo de 2016

Solemne Procesos Sociales II: Chile


SOLEMNE.
PROCESOS SOCIALES II: CHILE.




Si nos situamos a comienzos de la independencia de nuestro país, un proceso que empezó gestando la noción de “República”, es decir, un “proyecto republicano”. Nos daremos cuenta que trajo consigo un largo `proceso, en el que una de las principales características fue un cambio en las ideas de la nación por completo. Para realizar este cambio, se necesitaba que toda la nación estuviese acorde con esta nueva noción de independizarse y crear un Estado republicano, se buscaba que los ciudadanos pudiesen sentir la noción de independencia de la que tanto se hablaba e identificarse como chilenos. Justamente aquí es cuando la educación comienza a tomar un rol fundamental en la formación de personas. Lo que pronto nos llevará a conocer la nueva organización social que se va dando. O las jerarquías internas de la nación. Además del rol que cumplían las clases dentro de la sociedad. Sin dejar de lado las nuevas características de los ciudadanos chilenos, en junto al surgimiento de la clase media.  Es por esto, que este ensayo pretende analizar de qué manera, gracias al “proyecto republicano” y la educación enfocada a un “nuevo modelo de ciudadano”, posibilitaron una nueva organización política, social y territorial luego del proceso de independencia.
Cabe destacar, que gracias a las juntas de gobierno, se fueron constituyendo las primeras ideas de independencia, en las cuales no se instauraba en un principio, como ya hemos mencionado, estas juntas comenzaron con una lealtad hacia el rey y con principios de gobernar y legislar sin pasar a llevar sus preceptos ni creencias. No obstante, las ideas independentistas surgían con el tiempo, en donde eran claves las ideas republicanas y se buscaba un gobierno con igualdad de  derechos en autonomía como España. Esto se puede sustentar y apreciar con la siguiente cita en el texto de Jocelyn-Holt: “Con el establecimiento de una junta de gobierno y posteriormente al convocarse a un Congreso, la discusión política, gira cada vez más, dentro de parámetros republicanos. Se hace hincapié en la necesidad de instituir un <<gobierno representativo>>, pluripersonal, no despótico, fundado en el principio de igualdad frente a España”[1]. Es decir, existía la posibilidad y el deseo de formar una nación con líderes representativos y leyes propias que permitieran la autogobernar la nación.

Sin embargo, el proceso de independencia duró un largo tiempo, y sus representantes principales, quienes llevaban a cabo e iban mando de este proceso pertenecían a las clases altas, en otras palabras, provenían de la elite. Pero esto no significó que las clases bajas quedaran marginadas de este proceso. Cabe destacar, que existía una notoria diferencia entre la elite y las clases menos beneficiadas económicamente, pero estas eran claves al momento de la guerra, las batallas que se generaban no siempre eran planeadas y de una preparación fríamente calculada, muchas veces debían surgir “tropas improvisadas” en donde diferentes  entidades de la población eran partícipes. Es aquí cuando comienza a desarrollarse una división social más fuerte. Pero fue más que nada la guerra y el sentimiento de “proteger a la patria” lo que permitió la participación de las “clases más bajas”. Así se puede argumentar en la siguiente cita del texto de  Julio Pinto: “la circunstancia misma de la guerra dio a la vertiente social de ese proyecto, y específicamente a su convocatoria del “bajo pueblo”, una urgencia imposible de disimular. Obligados a improvisar ejércitos prácticamente a partir de la nada, los líderes patriotas tuvieron que sobreponerse a prejuicios jerárquicos profundamente arraigados, y persuadir a quienes acostumbraban a clasificar a la población en seres superiores e inferiores, de que unos y otros, patricios y plebeyos, estaban unidos por lazos identitarios mucho más fuertes que los abismos sociales que evidentemente los separaban. Fue “la Patria”, como se ha argumentado, la entidad invocada para cumplir esa función, y fue en torno a ella que se elaboraron los símbolos que debían conducir a soldados y oficiales al sacrificio máximo”. [2]Como bien argumenta la cita, en torno a la patria debía consagrarse el sentimiento de pertenecer a ella. Además es por esto, que una vez obtenida la independencia en 1818, la “insurgencia patriótica” se convirtió en un proyecto de construcción nacional y es por esto que surgen símbolos con los cuales prontamente el pueblo se sentiría identificado. Pero, ¿de dónde surgía el concepto de símbolos patrios?, ¿cómo la gente se informaba y recibía instrucciones de cómo comportarse acorde con este sentimiento patriótico? Y ¿cual era el verdadero perfil de un ciudadano identificado con su nación? Todas estas interrogantes pueden responderse mediante un factor muy importante que surgió de una manera muy fuerte e influyente: La educación. Y junto con ella “La escuela”. Una institución que se encargaba de instruir y de centrase en los niños como “foco de instrucción”. La educación se dio más que nada la tarea de moldear a los niños con un modelo a seguir, el de un “buen ciudadano”, en donde el niño pudiera aprender a comportarse como el “nuevo chileno” que deseaba implantar la nación. Este surgimiento de la escuela, se instauró por las entidades que llevaron a cabo el proceso de independencia, de parte de ellos, se necesitaba una nueva instrucción para el pueblo que resaltara los valores de un buen ciudadano pero siempre con el objetivo de alcanzar una noción de “civilización”, al tener como referencia los países y naciones Europeas. Esto se puede apreciar y sustentar con una cita del texto de Egaña y Monsalve: “Dentro del ideario de quienes efectuaron el proceso de independencia estuvo presente la necesidad de otorgar instrucción al pueblo, como una forma concreta de superar las condiciones herederas del régimen colonial, pero también con el ambicioso propósito de difundir la razón científica y expandir la cultura, con el objetivo de alcanzar rápidamente los niveles de civilización y bienestar económico que ostentaban las naciones más adelantadas de la época, como lo eran Inglaterra y Estados Unidos”[3]. Se puede apreciar claramente en la cita como los líderes independentistas se sentían con la tarea imperativa de organizar una instrucción para el pueblo, para lograr obtener una civilización referente a las naciones más adelantadas, como también debía estar acorde con los principios republicanos que se dieran en adelante, a como diera lugar.  

Una de las primeras tareas de la escuela era instruir de manera profunda a los niños de clases más bajas, se consideraba como una parte de la sociedad bastante marginada y desigual, observada desde la elite, un factor importante para instruir a los niños fue corregir su postura y elementos físicos, como la vestimenta. Por ejemplo; el traje. Como muy bien afirma el texto de Egaña y Monsalve, correspondía a la expresión de diferenciación social y cultural más evidente y clara. Pues, un niño que usaba un poncho y un sombrero de paja era distinguid inmediatamente como un campesino. En cambio un niño con un traje distinguidamente de la elite, era bien visto. ¿Por qué? Porque se asemejaba a la noción civilizada, un ejemplo que se usa en el texto es el ejemplo referente de Estados Unidos. En estados unidos no ocupaban ponchos ni sombrero de paja, porque allá todos visten igualmente civilizados y la diferencia social y cultural no era tan amplia como en la nación chilena.
Durante el proyecto republicano post-independentista, existió un proceso que hace que la mujer pase a segundo plano, a pesar de su historial, el cual la había llevado a una situación en que no cesaba de marginarla. Todo comenzó con un debate entre seguir los principios de un estado católico y un estado laico. Pues, la iglesia declaró en distintas ocasiones que la mujer no estaba preparada para asumir en las mismas responsabilidades que los hombres. Dado esto surgió en los ciudadanos las siguientes interrogantes: ¿Queremos que la Iglesia sea fuente de nuestro pensamiento, dueña de nuestra autonomía y filosofía? ¿O deseamos una moral laica que nos instruya a cómo actuar y pensar? Estas interrogantes llevaron a una serie de debates, sin embargo, estas no permitieron por completo un cuestionamiento al cristianismo, sino la relación que pudiera mantener la Iglesia, con la moral y filosofía de la gente. Así muy bien lo sustenta y evidencia la siguiente cita del texto de Stuven: “la discusión sobre la educación femenina se encuentra inserta en un contexto donde lo que se está en cuestión es la oposición de la Iglesia a la autonomía del pensamiento respecto de la religión, y la filosofía como fuente inspiradora de una moral laica y secularizante. Al mismo tiempo, las discusiones también permiten constatar que desde un comienzo las luchas secularizadoras se dieron al interior de una sociedad que no ponía en duda el cristianismo, sino con su relación con la filosofía y la moral. En el eje de estos debates, la mujer aparece en un segundo plano, y sólo en su función de transmisora de valores[4]”. La mujer, a medida que avanzaban los años y su proceso de inclusión fue adquiriendo más peso, logró definitivamente la aceptación de la Iglesia y por lo tanto su inclusión en muchos derechos que en un principio, sólo era para hombres.
Siguiendo con la educación de la época, los niños debían adoptar ciertos valores en la escuela, valores que se les enseñaban para poder crecer moldeado como un “buen ciudadano”, como por ejemplo, la forman en la que se trataban con sus pares, además de presentarse correctamente, (asearse, vestirse uniformemente y hablar de manera correcta) el lenguaje que se utilizaba para dirigirse, debía ser formal, sin insultos ni sobrenombres. Este elemento se encuentra muy bien explicado en el texto, como también la “vida privada en la escuela”, correspondía a los sucesos que el niño “arrastraba”, los hechos del accionar propio del niño que debía corregir, muchas veces por sobre el predominio público (lo que enseñaba la escuela) y preguntarse así que aspectos de su vida privada debía cambiar para obtener las mejores costumbres y que se adhirieran a su actuar para poder ser aceptado pública y socialmente, otro aspecto importante mencionado en el texto.

Es así como la educación comienza a hacerse cargo de una forma muy rigurosa, clara y profunda en los niños de las nuevas generaciones. Se implantaba, desde pequeños una forma de comportarse que se asemejara a las conductas civilizadas europeas (principalmente) para así formar y moldear una nación con “buenas costumbres”, se buscaba que el ciudadano post independentista, de a poco fuera adquiriendo la noción de lo que debía hacer y lo que no, lo que era mal visto y lo que no. Un ejemplo muy claro era el “hombre borracho”, el “hombre vago”, el que no trabajaba y no había ido a la escuela. Estos conceptos surgen cuando se crea la ciudadanía en la nación y se edifica un perfil de este mismo. El ser ciudadano correspondía a estar casado y ser católico, nuevamente nos encontramos con principios de referencia europea, este era un ideal “virtuoso” de seguir. Pero inevitablemente, se edificaba un perfil de “mal ciudadano”, por ejemplo en las típicas fiestas “chinganas”, el hombre que asistía generalmente se emborrachaba y realizaba prácticas inadecuadas. Estos, por lo general correspondían a personas del bajo pueblo, por lo que eran discriminados y se les excluía de muchas actividades, de las cuales la elite si era partícipe. Es más, eran los responsables actores políticos de la sociedad, cuando se trataba de tomar decisiones por el país, era la clase alta la que tomaba las riendas de este proceso. Ellos recibían una formación muy diferente e instrucciones mucho más ligadas al “buen ciudadano” que los del “bajo pueblo”.

 Es por esta razón, que muchas veces los niños de las clases más bajas, al asistir a la escuela mostraban un desinterés por la educación y formación que recibían, ya que o estaban acostumbrados y no les calzaba con su principios de parte de la familia a la que pertenecían.

A medida que se iba forjando cada vez más la separación entre la clase alta con sus “buenas costumbres” y los sectores bajos con sus “malos modales”. Cada vez se formaba más el estereotipo que se tenían unos con otros. Sobre todo el concepto que surgió para referirse a gente con malas costumbres y modales, (principalmente refiriéndose a la clase baja) esto es el concepto de “roto” e” indecente”. Todo aquel que no siguiera las buenas costumbres y no se incorporara a participar de las ideas ilustradas (Rosseau y su teoría del “buen salvaje”, por ejemplo) y positivistas que se había instaurado para el proyecto “progresista de la nación”, correspondía a una persona fuera de lugar y podía ser catalogado como una persona “rota”, con el fin de ser marginado. Por lo que las diferencias entre “roto” y” decente” no eran pocas, sino abundantes y diversas. Así lo muestra y lo puede sustentar la siguiente cita de Romero: “Las diferencias, profundas; casi insuperables y recíprocamente aceptadas, se establecían según criterios en los que, tanto como la fortuna, pesaban el linaje, la educación, las formas de vida. Ciertamente, ambos sectores no eran homogéneos”. [5] Cabe destacar, que la elite de la época, veía a todos los demás como seres inferiores, a los cuales “había que guiar” e inducirlos por un camino civilizado, con el cual ya no serán personas “bárbaras”. Desde este punto de vista, un “bárbaro”, no puede avanzar social ni económicamente, por lo que se debe instruir y así llegara a ser ciudadano de manera correcta. Con respecto a estos “bárbaros”, es importante dejar en claro que hasta ese entonces, la concepción que se tenía de estos individuos no era sólo de habitantes con “malas costumbres” o gente de los sectores bajos. Según el perfil de “bárbaro”, hay un grupo muy importante que cumple con la mayoría de las características de este concepto: los Mapuches. Pues, este pueblo originario chileno, se encargó de ser una gran resistencia territorial. Además de la que sostenían en los hábitos y costumbres generales de su origen, ya que lo que sucedió con la mayoría de los pueblos indígenas del país, fue su extinción o mestizaje centralizado en un enfoque de imposición de idioma, cultura y forma de vida. Sin embargo, este pueblo indígena se mostró firma desde un principio, lo que era un “problema” que veía amenazada la regularidad del proyecto de la nueva inducción civilizadora social.

Para la elite, el Mapuche no era más que una raza incivilizada, de un carácter negativo para la sociedad, de una naturaleza perezosa, sobre todo por no integrarse a la actividad económica positivamente imperante, la cual correspondía a la agricultura, sino que ellos realizaban otro tipo de actividad; la ganadería, por ejemplo. Esta era una raza “extraña”, ya que para ellos la tierra era “sagrada”, además de que la propiedad privada, no valía nada. Algo que a la elite no le convencía ni congeniaba. Estos individuos eran totalmente contrarios al proyecto del “buen ciudadano”. Un Mapuche era “negativo” porque no aceptaba la civilización del ciudadano chileno. Así lo demuestra y sustenta la siguiente cita del texto del autor Casanueva: “la prueba histórica de dicha resistencia, al comentar el fracaso del régimen colonial en civilizar a los indígenas libres y “rebeldes”: “por más que se intentasen diversos arbitrios para reducirlos a otro orden de vida, fue forzoso reconocer que era igualmente imposible atraerlos por los halagos o por el terror”. [6]

Es prudente, ahora mismo, adentrarnos a lo que fue sucediendo con respecto a la formación de las clases, debido a esta instrucción del “buen ciudadano”. Si bien, existía una parte de la población que no seguía este modelo, particularmente gente de clase baja, había un porcentaje importante de gente que buscaba surgir (mediante la educación y los medios que fuesen) para llegar a tener una vida cómoda y “digna”. Sin embargo,  esta ración de gente, no poseía una gran suma de dinero, ni correspondía a la nobleza. No obstante, no se comportaba como un ignorante o mejor dicho como un “roto” de “malos modales”. Aspiraba a la máxima expresión de educación y se comportaba con la intención de llegar a ser de clase alta. Esta clase no pertenecía a la nobleza ni a los sectores bajos, una clase que cada vez se acrecentaba más,  gracias a los medios educativos e instructivos de la sociedad junto con el modelo de la nobleza instaurado como un ejemplo a seguir. En síntesis, nos referimos a la “clase media”. Esta surge por muchos factores; como la educación, la especialización del trabajo que ya no correspondía sólo a la elite, sino también a los obreros, los cuales de alguna forma tenían posibilidades de surgir económicamente. La clase media era en otras palabras, “el triunfo de un proyecto”. Este, pretendía desde un principio instruir a los ciudadanos a una forma de vida menos ignorante, más educada, con buenos modales y en síntesis: civilizada. Es aquí, donde la elite, se convierte en un referente aspiracional para este sector social, del cual comienzan a formarse barrios y sectores para este tipo de gente, al igual que temas y conversaciones diferentes. Sin lugar a dudas, los sectores medios, generan una imagen distinta a la que hasta ese entonces se había instaurado en la sociedad.  Esto, se puede argumentar con la siguiente cita de Candina: “ya en la década de 1940, esa imagen de grupos medios como personas dedicadas a educarse y a vivir de manera más confortable y refinada, cada año de sus vidas, y evidentemente más cercanas a la modernización urbana que a las tradiciones rurales”. [7]
 Es importante mencionar a la clase media, como un elemento clave para un enfoque  “marginador” y “arribista” que toma nuestra sociedad con el paso de los años, ya que al aspirar a ser de una mejor situación (sin necesidad de tener los recursos para tenerla), no se tiene una real consciencia de lo que implica ser de una buena situación, algo que lleva a “creerse más de lo que uno es”. En otras palabras, el individuo de sectores medios se encargará de aparentar o hacer lo posible para tener una situación como la tiene la elite, dado que estos ciudadanos, se caracterizaban por tomar ciertos perfiles en la sociedad que eran relativamente “buenos” pero no lograban tener la autoridad máxima, como si lo tenía la elite.. Esto, también implica el asumir a “otros” como inferiores, tal como lo realizaban las clases altas, pero con la diferencia de la notoria imponencia superior que se buscaba. Así mismo se puede apreciar como argumento la siguiente cita de Contardo: “Se trata de una estrategia de escalamiento, la del sujeto que pretende arribar imitando los códigos que cree lo acercarían al plano de aquellos a quienes quiere imitar o, en el más ambicioso de los casos, lo harían parte del grupo al que sueña pertenecer”. [8] Este tipo de ciudadano comenzaba a tener un carácter “arribista” y “siútico”, un enfoque marginador por sobre otros individuos y a la vez, en base a las apariencias que este pueda crear para demostrar su supuesta “superioridad”. Es por esto que gracias a este suceso y su progreso en la historia, nos fuimos convirtiendo en un país con un carácter notoriamente siútico, en donde un porcentaje predominante se considera de “clase media”, cuando en realidad no lo es. Además de creernos “superiores” a costa de otros, muchas veces con la necesidad de descalificar a más personas tratándolas de “otros” sin asumirlas como pares. Esto es algo que como país, lo hemos hecho perdurar a pesar de los años. Es más, Chile desde un principio, acostumbraba a mostrar superioridad incluso ante otros países. Un ejemplo es el carácter que tuvo con Perú en la guerra del pacífico. Esto se puede sustentar y argumentar con la siguiente cita del texto de Carmen McEvoy: “La superioridad de nuestro pueblo sobre el peruano es cuestión de raza y viene desde muy atrás”. [9]Esta cita corresponde a un testimonio de parte de Chilenos, refiriéndose a una de las razones del porqué Chile triunfó sobre el país peruano. Es aquí donde la raza también toma un papel importante. Estamos en un país que desde un principio buscó destacar la inferioridad de otros hacia su “grandeza”, y una de estas era la supuesta “raza” que poseían por sobre países prácticamente vecinos.  

En síntesis, podríamos referirnos a los acontecimientos y conjunto de hechos que llevaron a cabo el modelo del buen ciudadano, como los mayores impulsores del surgimiento del proyecto de un Estado Republicano. En teoría este proyecto abarcó un gran período de tiempo. Pero sí es posible asemejarlo y situarlo a hechos y características, entre las cuales las principales fueron los impulsos (de parte de los independentistas) con alusión a la instrucción y educadores de la época, sin estos el proyecto republicano no habría podido surgir. También fueron muchos los sucesos que marcaron hitos en la construcción de los “nuevos ciudadanos”, como también fueron muchos los acontecimientos que permitieron el desarrollo del país. Pero por sobre todo, no nos debemos olvidar, toda la repercusión que trajo la ordenación según clases que este nuevo proyecto desarrolló. Gracias a la formación de la clase media, surgió una nueva forma de vida en las clases sociales, había cada vez más alternativas para poder forjar una vida confortable. Sin lugar a dudas estas políticas marcaron profundamente al país. Sin embargo, no todas las consecuencias de este nuevo orden social son sin lugar a dudas “positivas”. No debemos descuidar el creciente “arribismo” que provocó el surgimiento de la clase media y el sentimiento predominante de superioridad en nuestro país. Un fenómeno que existe y lo mantienen vigente un importante porcentaje de personas en la actualidad.













Bibliografía:

1.       Alfredo Jocelyn-Holt, La independencia de Chile. Tradición, modernización y mito (Santiago: Planeta/Ariel, 2001), cap. VII: “El orden republicano”, pp. 197-242
2.       Julio Pinto y Verónica Valdivia, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840) (Santiago: LOM, 2009), cap. IV: “¿Ciudadanía o cooptación? Los primeros años de vida independiente”, pp. 159-205.
3.       María Loreto Egaña y Mario Monsalve, “Civilizar y moralizar en la escuela primaria popular”, en Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri, eds., Historia de la vida privada en Chile, tomo II: El Chile moderno. De 1840 a 1925 (Santiago: Taurus, 2006), pp. 119-137.1.    
4.       Ana María Stuven, “La educación de la mujer y su acceso a la universidad: un desafío republicano”, en Ana María Stuven y Joaquín Fermandois (eds.), Historia de las Mujeres en Chile, tomo I (Santiago: Taurus, 2011), pp. 335-373.     
5.       Carmen Mc Evoy, "Civilización, masculinidad y superioridad racial: una aproximación al discurso republicano chileno durante la Guerra del Pacífico", Revista de Sociologia e Política, Vol. 20, N° 42, pp. 73-92.
6.       Fernando Casanueva, “Indios malos en tierras buenas. Visión y concepción del mapuche según las elites chilenas del siglo XIX”, en Jorge Pinto Rodríguez, ed., Modernización, inmigración y mundo indígena. Chile y la Araucanía en el siglo XIX (Temuco: Ediciones Universidad de la Frontera, 1998), pp. 55-129.
  1. Azun Candina, Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en el siglo XX chileno (Santiago: Esfera de Papel, 2009), pp. 13-48.
  2. Luis Alberto Romero, ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile, 1840-1895 (Buenos Aires: Sudamericana, 1997), cap. "Gente rota y gente decente"
  3. Óscar Contardo, Siútico: arribismo, abajismo y vida social en Chile (Santiago: Vergara, 2009); caps. "Extraños en el salón”.






[1]Jocelyn-Holt, Alfredo. La independencia de Chile. Tradición, modernización y mito, p. 201.
[2] Pinto, Julio y Valdivia, Verónica. “¿Ciudadanía o cooptación? Los primeros años de vida independiente”, p. 159-160.
[3] Egaña, María Loreto y Monsalve, Mario. “Civilizar y moralizar en la escuela primaria popular”,  p. 120.
[4] Stuven, Ana María. “La educación de la mujer y su acceso a la universidad: un desafío republicano”, p. 351-352.
[5] Romero, Luis.” ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile”, p. 49.
[6] Casanueva, Fernando. “Indios malos en tierras buenas. Visión y concepción del mapuche según las elites chilenas del siglo XIX”, p. 74.
[7]Candina, Anzun. “Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en el siglo XX chileno”, P. 37.
[8] Contardo, Oscar. “Siútico: arribismo, abajismo y vida social en Chile”, p. 23.
[9] Mc Evoy, Carmen. "Civilización, masculinidad y superioridad racial: una aproximación al discurso republicano chileno durante la Guerra del Pacífico”, p. 73.

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