domingo, 13 de marzo de 2016

Procesos Sociales II: Chile

PROCESOS SOCIALES II: CHILE.


Si nos contextualizamos en los últimos dos Siglos, XIX y XX, nos encontraremos con una sociedad chilena, envuelta en una serie de fenómenos que marcaron nuestra historia nacional de maneras diversas, profundas y encargadas de evolucionar nuestro país en una nación con una determinada institucionalidad. 

Un gran ejemplo el fenómeno social conocido como “migración campo-ciudad”, el cual se caracterizó por el traslado de muchas personas que vivían en un contexto de campo y de actividades principalmente agrarias, las cuales constituían a su forma, sustento y condición de vida. 

Un mundo envuelto en una nueva sociedad que evolucionó de un gran salto, gracias a las nuevas tecnologías e industrias oferentes de trabajo que fue edificando, con el paso del tiempo, un modelo de vida común y compartida para estos nuevos obreros, quienes se convirtieron agentes principales de esta nueva etapa industrial, que a la vez llevó a una crisis moral para la sociedad, dadas las particulares y extremadamente deficientes condiciones de vida que eran parte de la cotidianidad de los sectores bajos de la ciudad.

 Y como estas condiciones llevaron a la segregación de parte de otros sectores de la sociedad, dejándolos al margen de las demás clases, generando en la sociedad, barrios marginales y de situaciones precarias deficientes. Este fenómeno logró establecer un nuevo modelo de ciudad, el cual no puede observarse del todo positivo, ya que éste, no emitió una institucionalidad muy eficiente al dejar de lado el ámbito social y económico a una gran parte de la nación.

No obstante, podemos movilizar nuestras reflexiones de la primera afirmación mencionada, a otro gran cambio importante en nuestro país. Que, sin lugar a dudas, cambió la institucionalidad chilena de una forma radical. Esto es, en 1970. Un cambio que fue posible gracias a redes extranjeras (EE.UU.), las cuales fueron capaces y le brindaron las mejores herramientas a una buena parte de agentes chilenos para que lograran desligarse del “marxismo” de Salvador Allende con la instauración de un gobierno militar llevado a la cabeza por un general de parte del ejército: Augusto Pinochet.  

Una nueva nación que inculcó desde su principio la prohibición de partidos políticos con ideales contrarios al gobierno militar (ideas políticas de izquierda) y una de las más influyentes: la instauración de un sistema económico neoliberal, junto con la privatización de empresas, las que en algún momento fueron estatales en el gobierno anterior, pasaban a manos de privados (ámbitos como la salud, la previsión de las pensiones, etc.) Algo que llevó al país a una situación completamente nueva, a una liberalización del mercado, viviendo cada vez más cerca lo que realmente significaba el capitalismo en la esfera económica. Pues, Chile, comenzaba a tomar las riendas de un sistema extranjero con nuevos desafíos acompañados de la tecnología, abertura a nuevos negocios y oportunidades en el ámbito económico. 

El país cambiaba totalmente de rumbo con respecto a su institucionalidad. Lo que en un momento fue una institucionalidad con aspiraciones socialistas y un gobierno con una activa intervención del Estado, se convertía en un gobierno militar en busca del libre mercado junto con la privatización de gran parte de organismos públicos. Esto, también significó el fin de la gratuidad en muchos ámbitos que era indispensable en un gran sector social, o la marginación de algunos sectores (principalmente bajos) que no se vieron beneficiados como otros, del sistema capitalista, llevándolos a la pobreza y exclusión socioeconómica. Todo esto, acompañado al descontento político de muchos grupos sociales (sobre todo movimientos como la Unidad Popular, el MIR, etc.) que no aprobaban el nuevo sistema del gobierno militar, los cuales además de divergir en el modelo del sistema económico imperante, afirmando el beneficio de pocos y el “robo” de muchos (política del “chorreo”), no concordaban con las políticas y medidas aplicadas para reprimir a los grupos opositores, junto con esto, las múltiples violaciones a los Derechos Humanos y atropellos a la dignidad chilena también fueron parte de esta nueva institucionalidad. 

Es por estos sucesos principalmente y una serie de sucesos que marcaron de a poco las instituciones chilenas, de las cuales podemos encontrar muchas y con una gran cantidad de divergencias entre sí. Sin embargo, nuestro trabajo pretende analizar de qué manera se fue formando esta institucionalidad y cómo sucesos de nuestra historia la llevaron a tomar un perfil, el cual hoy nos representa. Desde la marginalidad y deficiencia extrema que azotó a grandes agentes de la sociedad chilena, hasta el modelo neoliberal implantado en el gobierno militar de 1973, que hasta el día de hoy nos acompaña.

Si comenzamos nuestro análisis en el diario vivir de finales del Siglo XIX hasta mitad del Siglo XX y en las condiciones de vida de un determinado grupo de actores de producción; los obreros, podríamos destacar variados componentes de su condición en la ciudad. Partiendo por el lugar en donde debían y podían residenciar en ella. Durante esta época de migración que duró más de medio Siglo, nos encontraremos con nuevos barrios, en donde esta gente de escasos recursos y salarios habitaban.

 En el texto de Sergio Grez, se nos plantea la idea de este sector social como un sector de diversas ocupaciones pero con una semejanza general, la cual incluía a la mayoría como “pobres” de condiciones precarias y marginales. Esto, muy bien se explica por la forma y condiciones en que se edificaban o se encontraban las viviendas de estos. Un ejemplo son los ranchos, hechos de materiales  básicos como el adobe, paja y tierra, ubicados en el lugar periférico de la ciudad. Además de estos estaban los “cuartos redondos”, dando paso luego a los llamados “conventillos”. 

A gran diferencia de los ranchos, estos se caracterizaban por ubicarse al centro de la ciudad, la mayoría de estos, no poseía más que un cuarto, de pieza única. Cabe destacar, que estos cuartos no eran ocupados por una persona, sino muchas veces el hogar de familias completas, en donde inmediatamente se generaba hacinamiento y las condiciones de salud se agudizaban en contra de todos los que habitaban cierto sitio. Esto, muy bien se puede apreciar esto en la siguiente cita de Sergio Grez: “El hacinamiento era grande: en cada pieza vivían familias de hasta seis u ocho personas, que usualmente compartían el exiguo espacio con animales, haciendo aún más grande el desaseo y más insalubre la habitación”. (Grez, 2007: 170) Esta sociedad, adquiría una nueva ciudad chilena, la cual fue adquiriendo una forma de ocupación de  personas que se regían en ella, tanto física como psicológicamente. 

La sociedad cada vez acrecentaba más el número de individuos que conformaban los sectores bajos, cada vez se poblaba más con arrendatarios de familias completas y numerosas en los cuartos redondos, los cuales no poseían más que un ambiente. Los cuales no poseían tuberías o un sistema que regulara los residuos generales a favor de la higiene. Esto, corresponde a un fenómeno que sin duda, daba paso a una deficiencia envuelta en una absoluta vulnerabilidad de estos sectores, dadas sus reales condiciones de vida.

Es aquí justamente cuando comienza a ocurrir y desempeñarse una situación que no sólo comprendía a los sectores bajos de la sociedad, sino a la mismísima elite de esta. Era tal la diferencia y la brecha social existente en la época entre estos dos sectores sociales que no era prudente comparar o asimilar uno con otro. Esto muy bien se argumenta con la siguiente cita de Mario Garcés: “En el caso de Santiago el contraste entre el hacinado conventillo y la espaciosa mansión oligárquica no admitía comparación” (Garcés, 2003: 92). 

Esta situación de diferencia y separación de todo ámbito de un sector con otro, llevó a un fenómeno espontáneamente representativo entre el comportamiento y relación de clases. Nos referimos al proceso de “apartamiento” y segregación social de parte de este elevado sector hacia las clases bajas. Frente a esto, los “obreros”, un término elemental para referirnos a una buena parte y por tanto, mayoría de individuos (masculinos) dentro del sector social inferior, comenzaban o mejor dicho ya eran conscientes de las formas de vida en que eran expuestos una vez insertos en el sistema de la ciudad, tanto en el lugar de trabajo como en la viviendas que debieron adquirir. 

Es así como estos, tomaron riendas con respecto a lo que acontecía y comenzaron a formar “demandas obreras”, con respecto a estas podemos mencionar las principales como: el hacinamiento, la falta de higiene en las viviendas. Además de las demandas correspondientes al ámbito laboral. Estas, correspondían a situaciones como: la inexistencia de: leyes laborales y un sueldo regulado, seguros laborales para el trabajador de parte de los empleadores a cargo o la simple previsión a futuro de estos obreros.

Ante estas situaciones, la elite, suponía y pretendía ciertas soluciones, las cuales muchas veces eran llamadas “alternativas de parche”, ya que implementa medidas que contribuyeron al fin y al cabo a un “apartamiento” entre sectores. Un ejemplo son las viviendas que se daban a disposición de los sectores bajos, alejadas de la correspondiente clase alta, espacios especiales para este sector con el objetivo de la divergencia entre clases, logrando una “insuficiencia” en la finalidad de subsidio y/o ayuda para estos. Es ante estos hechos, que encontramos una institucionalidad deficiente de parte del Estado chileno, por más que las clases altas o el mismo gobierno intentaran “resguardar” los sectores marginados de la sociedad, no lograron constatar de forma directa y precisa un respaldo digno del bienestar para los sectores bajos. Sin embargo, frente a estas situaciones, las clases obreras no se mostraban inertes, sobre todo ante la situación de las demandas que cada vez se iban agudizando. Y es gracias a la necesidad general entre obreros, lo que llama “dignidad” en sus condiciones de vida. Los obreros comienzan a “visibilizarse” y a tomar conciencia. No obstante, esto se llevó a cabo mediante un proceso fundamental, el cual corresponde a movilizaciones, protestas, huelgas, formación de sindicatos y muchas otras manifestaciones que llamaban a defender derechos y la existencia de un trato y dignidad mínima al hombre trabajador. Dadas estas situaciones, la elite no respondía ni tampoco le era conveniente ayudar a los sectores obreros. Es más, debían proteger y mantener un cierto “prestigio”, el cual no podía disolverse, sino mostrar una superioridad y estabilidad ante cualquier situación. Aún cuando se tratase de demandas de parte de un gran número de personas. Pues, los obreros tomaban cada vez más firmeza en sus postulados. Buscando de forma clara una regularización del trabajo, una previsión que los resguardara, más un salario fijo que pudiera asegurar su mínimo bienestar y el de sus respectivas familias. Al obrero no se le permitía tener propiedad privada, no tenía las herramientas, por lo que era prácticamente imposible llevar una vida resguardada y digna. Sin embargo, contra estas manifestaciones, el Estado actúa frente a ellos de una manera dura y abortiva. Sin lugar a dudas el ejemplo que muestra con más claridad el uso de la fuerza con la intención de reprimir manifestaciones de demandas obreras, es la “matanza de Santa María de Iquique”. Situación en la cual se registró una cantidad extrema de muertos, producto de la acción de las fuerzas armadas en contra de una gran cantidad de gente que se encontraba manifestando dentro de una escuela en Iquique. Esta, es otra muestra clara de la deficiencia que presentaba la institucionalidad chilena. Pues, al no poder frente a estos movimientos, toma una posición a la defensiva, la cual termina con la vida de miles de personas, algo claramente poco eficiente e inoportuno de parte de una organización que regia una nación.

Es prudente, mencionar el surgimiento del “Estado Benefactor” en Chile. Esto surgió a raíz de los graves problemas ya mencionados,  principalmente representados por la cuestión social. Además de la inexistencia del respaldo mínimo y básico para llegar a un desenvolvimiento de los grupos más pobres de la sociedad. Este proceso, se inicia, a partir de la década de 1920. El principal proyecto para su implementación correspondía a  una serie de instituciones que buscaron cubrir las necesidades principales. Como las sanitarias, de vivienda, educativas y protección social destinadas para estas clases trabajadoras. El emprendimiento, el cual se acompaña de la meritocracia que valoraban los trabajadores. Es decir, los frutos. De a poco, el inversor se convierte en empresario y el trabajador comienza a organizarse. Los frutos de esta organización comienzan a verse en las nuevas leyes laborales y salarios que el Estado pone a disposición de los trabajadores. 

Por estos nuevos cambios, sobre todo en el ámbito laboral, se muestra claramente como el Estado necesariamente debe preocuparse por las demandas y nuevas necesidades obreras. Este suceso llevó a la existencia del “Estado Benefactor” anteriormente mencionado. No debemos olvidar la crisis que azotó a nuestro país, cabe destacar que Chile era un país totalmente monoproductor (un gran ejemplo es el salitre), dependía únicamente de sus exportaciones de materias primas dirigidas a otras naciones. Como por ejemplo; EE. UU. Es por esta razón, que al emerger la famosa “crisis del 29”, producto de la caída de la bolsa de Wall Street en Estados Unidos, Chile fue el país más afectado, debido a su gran dependencia económica. Chile debe enfrentar una fuerte crisis, la cual agudizaba con mucha más profundidad la vulnerabilidad que ya se había apoderado de una gran parte de la sociedad. El país se vio obligado a cerrar gran parte de sus mercados financieros, destruyendo la excelente situación económica que se había edificado en los años 20. Esto mismo podemos evidenciarlo en la siguiente cita de Ortega: “el cierre tanto de los mercados externos como del flujo de capitales destruyó todos los fundamentos de una estrategia que había hecho posible alcanzar un apreciable grado de crecimiento y estabilidad”. (Ortega, 1990: 11)

 Si bien, este, no fue igual de completo y asegurador en muchos ámbitos, como si lo fue en muchos países que se implantaba en Europa, hubo grandes cambios en donde el agente encargado de este era el Estado. Pues, por primera vez se estaba dando la posibilidad a los trabajadores para que tuvieran un salario regulado y pudieran respaldarse en leyes laborales, una vez que asistían a sus ocupaciones. Esto mismo podemos argumentarlo con la siguiente cita de Correa: “Este programa buscaba sanear, mediante la participación del Estado, todas las facetas de la economía, así como también las condiciones sociales de los trabajadores: la situación laboral” (correa, año: 136). Podemos concretar, gracias a este anterior análisis que el Estado Benefactor, constituyó a uno de los más grandes esfuerzos para mejor las condiciones de vida representadas por la cuestión social, en término de organización estatal para su realización, ya que se necesitaba sin lugar a dudas, la intervención del Estado para poder reactivar la economía nacional.

El Estado benefactor, tuvo un gran trayecto en la historia chilena, lo que comenzó en 1924, agudizándose aún más en los años 30 debido a la gran crisis, extendió una significativa duración hasta principios de la década del 70. Década que nos demostraría un gran cambio de institucionalidad de nuestro país, adentrándonos a cambios de suma importancia para la nación. Y algo que denotó por sobre muchas cosas, el nuevo sistema económico: neoliberalismo. Un sistema de libre mercado que fomentaba la privatización de los organismos productores más eficientes del país con la convicción que el Estado cada vez tuviera menos intervenciones y aportes que hacer a la economía nacional. Pues, se buscaba “extirpar” el estatismo que se había instaurado en el gobierno de la Unidad Popular, acabar con la noción socialista que este gobierno se había encargado de instaurar pero siempre y cuando no rompiera la política económica que se conocía desde hace unos cuarenta años atrás. Ya que, existía un sentido de “restauración de la nación”, afirma Gárate, la idea de retorno a la normalidad, la cual, se pensaba, había sido alterada por el gobierno de la Unidad Popular. 

Cabe destacar, que por más que la Unidad Popular fuera desaprobada e incluso catalogada muchas veces como ineficiente, por parte del gobierno militar, no cabe duda que esta, contaba con una destreza innegable para construir un imperio socialista en el país, es por esto que se le catalogaba también como una alternativa peligrosa y con una convicción muy capaz de lograr el objetivo, en caso de que hubiera continuado el gobierno de Salvador Allende. Este planteamiento, lo podemos argumentar y sustentar con mucho énfasis en la siguiente cita de Winn: “En este sentido, la Unidad Popular contaba tanto con ese poder como con la destreza de su líder para generar una estrategia que condujera a Chile al socialismo”. (Winn, 2013: 53) No obstante, debemos instruirnos en relación a cuando se pensó instaurar este modelo neoliberal en Chile, y por esta misma razón, evolucionar de una institucionalidad socialista-estatista a una con deseos neoliberales. Algo que, desde un principio no surge como una prioridad dentro del ejército chileno, es más, sólo se buscaba acabar con el gobierno de la Unidad Popular con el objetivo de encontrar el orden nacional que no se estaba logrando con el gobierno de Salvador Allende. Esto mismo podemos sustentar y argumentarlo con las siguientes citas de Manuel Gárate: “Al momento de dar el Golpe de Estado de septiembre de 1973, los militares no contaban con un proyecto económico consensuado ni menos ni menos un modelo fundacional del país. 

Ello se fue constituyendo durante los primeros meses”(…) “el objetivo inicial de los militares alzados en contra del gobierno de la Unidad Popular era, en sus propias palabras, restablecer el orden social y económico, la unidad nacional y darle la fuerza suficiente al Estado chileno para resistir cualquier agresión externa o interna” (Gárate, 2012: 183). Es por esto, que con respecto a esta situación, podemos afirmar que el modelo neoliberal instaurado, se realizó en base a una doctrina más bien “autoritaria”, ya que, si analizamos desde un principio, nos encontraremos con un régimen que comenzó con imposiciones, llevadas a cabo por un sólo grupo imponente; se impuso un gobierno, arrebatando todo tipo de ejercicio en política que fuera contraria a este nuevo gobierno. 

Se impuso un modelo económico neoliberal, decisión tomada sin el consentimiento del pueblo chileno, sólo de un grupo reducido que controlaba este ámbito económico.  Hasta, nos atreveremos a decir que este modelo económico fue impuesto desde un principio con una noción individualista. Tanto como los creadores e impulsores de este, como las ideas que propagaban e incitaban a seguir en relación al comportamiento económico de la sociedad. Esta idea muy bien podemos sustentarla y argumentarla con la siguientes citas de Portales: “Nuestra cultura autoritaria, dado que se desarrolla en el marco de un sistema económico-social neoliberal, se complementa también con valores profundamente individualistas” (…) establecimiento de sistemas de salud y previsión social completamente individualistas y a la promoción de los medios de comunicación y de la sociedad, en general, del individualismo, el consumismo y el materialismo”. (Portales, 2000: 446) Además de evidenciar en la cita anterior la actitud y noción autoritaria que envolvía a los creadores de este nuevo sistema, podemos volver, incluso, a la “política del chorreo”, por lo mencionado anteriormente: el individualismo y el materialismo. Estos dos factores influyeron directamente en la convicción de los privados para llevar a cabo este sistema neoliberal. Si no hubiera sido por su afán materialista e individualista, probablemente lo que hoy le pertenece a ciertos agentes privados reducidos, sería propiedad de todos los chilenos (o de una buena parte de todos los chilenos).

Algo que caracteriza a todos los agentes que fueron parte de esta parte de la historia, es la huella que se adquirió producto de este gobierno. Es más, podríamos a atrevernos a hablar de traumas comunes desarrollados en los 15 años que duró el gobierno militar. Incluso para los que estuvieron de acuerdo desde un principio con esta doctrina política. Esto mismo podemos evidenciarlo y argumentarlo en la siguiente cita de Moulian: “Lo que había sido, para muchos, una fiesta, se convirtió en un drama traumatizador que dejó hondas cicatrices en la sociedad”. (Moulian, 1993: 281) Esto se ve evidenciado, dadas las situaciones posteriores. Pues, una vez que en 1988 gana la opción “NO” en el determinado plebiscito, la democracia tarda en llegar por completo dentro de una “normalidad”. Más aún, hoy en día, tampoco se ha llegado a una plena democracia, debido al sistema binominal para elegir a nuestros representantes. Algo incoherente con el término que conocemos por “democracia”. 

Sin embargo, poseemos mucho más de lo que se vivió desde 1973 hasta 1988 en Chile. Lo único que podemos afirmar con certeza, es que a partir de 1989, la historia dio un paso adelante en la vida de los chilenos.  Como bien podemos apreciar en la cita de Silva: “El triunfo de la coalición de la Concertación en las elecciones presidenciales de diciembre de 1989 marcó el comienzo de una nueva era en la historia política de Chile” (Silva, 2010 193). Luego de tantos años insertos en un mismo gobierno de carácter autoritario, la noción de cambio, fue una sensación inevitable y la institucionalidad, una vez más daba un paso hacia adelante.

Bibliografía:

  • Sergio Grez, De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular chileno. (Santiago: RIL, 2007) Cap. III. Las condiciones de vida.
  • Mario Garcés, Crisis Social y motines populares en el 1900. (Santiago: LOM, 2003) Cap. IV. La cuestión social y la protesta popular.
  • Sofía Correa, et. al., Historia del siglo XX chileno (Santiago: Sudamericana, 2001), cap. 6: “El Estado, eje del proyecto nacional”, pp. 136-152
  • Luis Ortega (Et. Al.), Corporación de Fomento de la Producción. 50 años de realizaciones. 1939 – 1989. (Santiago: Departamento de Historia USACH, 1990) Cap. I. Los años difíciles, 1929 – 1939.
  • Peter Winn, La revolución Chilena (Santiago: LOM, 2013) Cap. IV. La Revolución Chilena.
  • Tomás Moulian, La forja de las ilusiones: El sistema de partidos 1932-1973 (Santiago: Universidad ARCIS/FLACSO, 1993), cap. “La Unidad Popular: fiesta, drama y derrota”.
  • Manuel Gárate, La revolución capitalista de Chile (1973-2003) (Santiago: Universidad Alberto Hurtado, 2012), cap. "El régimen militar y su proyecto socioeconómico.
  • Felipe Portales, Chile: Una democracia tutelada (Santiago: Editorial Sudamericana, 2000), capítulo XIV: “La consolidación de una cultura autoritaria e individualista.
  • Patricio Silva, En el nombre de la razón: tecnócratas y política en Chile (Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2010), cap. 6: “La Concertación y la democracia tecnocrática”.


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